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Un agujero negro en la Ciudad

Hace varios años, cuando apareció Milei, advertimos que podía ganar y que no era un fenómeno barrial como lo calificaron algunos que lo creían algo limitado, que no se podría extender en una Ciudad compleja como Buenos Aires y menos en un país como Argentina, en el que es indispensable contar con un aparato, una red clientelar. Discrepamos con ese punto de vista desde nuestra experiencia académica. Desde los outsiders de la década de 1990, hasta Trump, Zelenski y Macri, muchos políticos fueron exitosos porque supieron salirse de los esquemas tradicionales.

Es anticuada la idea que el triunfo depende de formar una red de dirigentes provinciales y alquilar locales para distribuir materiales de la campaña. No se construyen las opciones políticas de la era de internet, comprando zapatos para recorrer el país, máquinas de escribir para los centros de campaña e imprimiendo folletos.

La comunicación se volvolvió vertiginosa, las noticias de cualquier sitio, llegan a otro en segundos, y a veces desaparecen tan rápidamente como surgieron. Lo que hoy inunda las redes como trending topic, tal vez desparezca para siempre mañana. También es posible que se instale cualquier tontería y provoque efectos políticos en el mediano y largo plazo. No hay leyes inmutables, es necesario prepararse para pensar lo imprevisible.

Esto no les gusta a los autoritarios

El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

Aunque el signo de los tiempos es la superficialidad, los grupos políticos necesitan gente que piense la campaña en términos estratégicos, con herramientas actualizadas, para no perderse en los sobresaltos del día a día. Clay Shirky, profesor de la Universidad de Nueva York, en su libro Here Comes Everybody: The Power of Organizing Without Organisations, hace una exposición interesante acerca de las nuevas formas de la organización, que no se parecen a las tradicionales. Analiza lo que llama “excedente cognitivo”, una cantidad de tiempo vacante, en el que las personas arman su realidad, más allá del tiempo que dedican a las tareas concretas que las conectan.

En nuestros análisis nos fijamos más en las cifras negativas que en las positivas, en los silencios y ausencias, más que en lo mencionado con palabras. En todo el continente la falta de credibilidad en las instituciones y en la política es la principal causa para que se provoquen fenómenos aparentemente incomprensibles. Es el desmoronamiento de la política tradicional el que da espacio a los outsiders, el rechazo a las instituciones el que anuncia que vienen transformaciones imprevisibles.

En las últimas elecciones de la Ciudad de Buenos Aires, el dato que más nos llamó la atención fue el 50% de abstención, que enciende un foco de alarma sobre el futuro inmediato. Es síntoma de que la mitad de los porteños no apoya a ninguna opción política, a pesar de que en estas elecciones participaron activamente personajes y candidatos de primer nivel en la política nacional.

El primer lugar, como se preveía, fue para Manuel Adorni, de La Libertad Avanza, que obtuvo 495 mil votos. Pero, incluso si unimos los votos de LLA los del PRO (261 mil), llegan juntos a 756 mil, bastantes menos que los 1.038.000 que obtuvo Milei en la segunda vuelta presidencial.

La demanda de cambio, tan difundida en Occidente, no es nueva, pero se agudizó con la pandemia

Si revisamos la imagen del Presidente, sabemos que los votos de Adorni fueron casi la mitad del número de porteños que ve bien a Milei en una encuesta realizada el mismo día de las eleciones. Más allá de los votos de LLA, un 25% de porteños que ve bien a Milei, no fue a votar. Hay una diferencia entre imagen positiva y voto que los analistas suelen olvidar.

El segundo lugar lo obtuvo Leandro Santoro quien, más allá de los porcentajes, obtuvo menos votos que en las elecciones de hace cuatro años. El PRO consiguió menos de la mitad de los votos que tuvo en la peor elección de estos 20 años y la suma de los votos de todos los candidatos, empató con la abstención.

Pueden hacerse comparaciones de cualquier tipo para demostrar que uno de ellos tuvo un triunfo o una derrota contundente, pero la verdad es que la crisis del sistema permanece. Esa mitad de electores que se abstuvo, sumada a los votos blandos de todos los candidatos, es una bomba de tiempo que puede canalizarse en cualquier dirección. La actitud de enfrentamiento y agresividad constante de los líderes políticos lleva a que muchos electores se cansen de su peleas y quieran algo distinto.

La demanda de cambio, tan difundida en Occidente, no es nueva, pero se agudizó con la pandemia. No tiene que ver con análisis racionales, ni con cifras concretas de la economía. En la era de internet mucha gente está en contra del sistema, aunque no sabe bien porqué, ni tiene una alternativa.

Los partidos de la segunda mitad del siglo pasado en Argentina fueron básicamente el peronismo y el radicalismo, formados a la vieja usanza, con aparatos clientelares, oradores, tarimas y demás elementos propios de la antigua democracia.

El radicalismo voló por los aires cuando empezaba el siglo XXI, mientras el peronismo se renovó con el kirchnerismo. Dirigentes peronistas que nunca militaron en la izquierda ni defendieron a los perseguidos por la dictadura militar, asumieron, de pronto, un discurso de izquierda, reivindicando a la guerrilla peronista. Fue solamente una renovación del lenguaje, nunca compraron armas, ni pretendieron hacer la revolución, pero se inscribieron en la izquierda del siglo XXI de moda en esos años.

La vigencia del kirchnerismo continuó después de la muerte de Néstor Kirchner. Cristina supo ganar las elecciones presidenciales en una sola vuelta, el 2009 con el 45% de votos frente al 23% de Elisa Carrió; y el 2011 con 54%, frente al 17% de Hermes Binner del Partido Socialista. Sus adversarios fueron vencidos ampliamente y ninguno de ellos consolidó una alternativa frente al kirchnerismo.

Desde las elecciones legislativas del 2009 Mauricio Macri fue construyendo una alternativa sólida, que empezó como un fenómeno municipal de la Ciudad de Buenos Aires y avanzó, a lo largo del tiempo, ganando siempre en la Ciudad, y también en la gobernación, legislativas de la provincia de Buenos Aires y la Presidencia de la Nación.

Los dirigentes del PRO supieron emplear las herramientas propias de la política más moderna y atrajeron a un amplio sector de argentinos que quería una alternativa republicana al cristinismo. Macri fue un líder horizontal, imprimió mística a la campaña con sus actitudes. Su esposa Juliana Awada y su hija Antonia, constituyeron un respaldo humano, discreto, pero central para el triunfo. Mantuvo actitudes abiertas que sirvieron para que se unan en “Juntos para el Cambio”, personas de distintas posiciones, que impulsaban una transformación liberal.

Técnicamente el PRO tuvo la mejor maquinaria electoral del continente. Participaron de ese proyecto decenas de personas que usaron medios alternativos para hacer una campaña que estaba en otro tiempo histórico del que vivían otros grupos políticos en Argentina. Macri y su entorno pudieron hacerlo, porque eran jóvenes, habían empezado a hacer política en el siglo XXI y no tenían los traumas propios de quienes vivimos la Guerra Fría.

La disrupción constante de su comunicación, el hecho de que fuera un partido que daba más importancia a las causas que a las casas, llevó a que no tuvieran ni siquiera un local central hasta muy avanzado el proceso. Su diseño, islas de computación para que dirigentes y voluntarios se mezclaran a hacer campaña, sin locales sagrados para los dirigentes, recordaba más las empresas de Silicon Valley que a las solemnes oficinas del Congreso. Algunos elementos de los que ahora empleamos en distintos países nacieron del concepto de cibermilitancia que desarrollamos con varios de los mentalizadores de este proyecto.

Es posible que, si Milei continúa en una política de agresividad, termine generar un frente anti-Milei

El PRO fue la alternativa más importante frente al kirchnerismo, se mantuvo en el tiempo, tuvo coherencia y personalidad. Macri fue el primer presidente electo que no perteneció al peronismo ni a la UCR, y también, en un siglo, el primer presidente no peronista en cumplir con todo su mandato presidencial.

Hace tres años surgió Milei, el otro presidente disruptivo de la Argentina del siglo XXI. La pandemia agudizó las actitudes de rechazo al sistema en todos lados y los nuevos líderes debieron tomar en cuenta el hecho para ser exitosos. La crisis de la democracia representativa no terminará cuando la gente vuelva a la política tradicional. No hay retorno. La política, como la física y la astronomía, entraron en una espiral de renovación y cambio vertiginoso, que se debe enfrentar con enorme creatividad y reflexión.

En muchos elementos, Milei afronta problemas semejantes a los que tuvo el PRO, porque también vive durante ésta, que es la transformación más radical de la historia de la especie. LLA es también una alternativa dirigida por dirigentes que empezaron a hacer política en el siglo XXI, líderes que no se formaron en las tensiones propias del siglo pasado. Como pasa con otros dirigentes de esta nueva tendencia en el mundo, su respeto por la institucionalidad es relativo.

La tecnología es un hecho transversal que ha dejado caducas a ideas tradicionales que parecían inamovibles. En las elecciones, Milei ganó ampliamente en provincias que nunca visitó, durante su gobierno es uno de los presidentes que menos ha visitado físicamente las provincias y los municipios de la provincia de Buenos Aires, a pesar de lo cual mantiene una alta popularidad.

Tiene los problemas de la nueva política, que debe armonizarse con elementos de la antigua, pero sin perder su identidad. Si lo hace, dejará vacante el espacio de demanda de cambio, que se insinúa en la abstención de la Ciudad de Buenos Aires. No volveremos al siglo pasado, llegará algo más disruptivo.

Es también posible que, si Milei continúa en una política de agresividad en contra de todos, termine generando un frente anti-Milei, como el que respaldó a Lula en contra de Bolsonaro. El enfrentamiento con tantos, puede terminar impidiendo su reelección, como ocurre en otros países con dirigentes conflictivos que no logran volver al poder.

* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.

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