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Oreja de consolación para Paco Ureña, con rotura de clavícula, en el homenaje a Antoñete

Ficha del festejo

Cinco toros de Jandilla (el 3º con el hierro de Vegahermosa), de buena presencia, aunque disparejos de volúmenes y hechuras, algunos medidos de fuerzas y de raza, pero manejaejables, y dos muy destacados, segundo y sexto, por su bravura encastada. Y un remiendo de El Pilar, bastote y de muy escaso fondo, que sustituyó a un titular y a otro sobrero más de su mismo hierro, ambos devueltos por flojos.

José María Manzanares, de burdeos y azabache: estocada desprendida (ovación); dos pinchazos y estocada contraria delantera (silencio).

Alejandro Talavante, de nazareno y oro: pinchazo y estocada (silencio tras aviso); pinchazo, estocada honda desprendida y dos descabellos (silencio).

Paco Ureña, de verde hoja y oro: estocada trasera desprendida (silencio); estocada caída delantera (oreja). Tras la corrida, fue atendido en la enfermería de una fractura con desplazamiento de la clavícula izquierda.

Entre las cuadrillas, destacaron por su efectividad con el primero el picador Francisco María y el banderillero El Algabeño en la brega.

Corrida «In memoriam», en honor del torero Antonio Chenel «Antoñete», en cuya memoria se guardó un minuto de silencio al final del paseíllo. Lleno de «no hay billetes» (unos 23.000 espectadores), en tarde calurosa con algunas rachas de viento.

El público que volvió a llenar hoy la plaza de Las Ventas quiso premiar al diestro Paco Ureña con la oreja del bravo sexto de la tarde, impresionado por la aparatosa y dura voltereta que sufrió el murciano y tras la que volvió a la cara del toro antes de ser atendido de la fractura de la clavícula izquierda.

El momento del percance fue, realmente, el único que, para bien o para mal, llegó a inquietar al tendido a lo largo de toda la tarde e incluso dentro de la propia faena, en la que Ureña, con voluntad pero con una patente inseguridad, se estaba viendo desbordado por un encastado ejemplar del Jandilla, que además se creció ante la falta de mando.

Pero, sin malas «ideas», solo crecido en su bravura por el desgobierno de los muletazos, el toro se le coló al de Lorca en un derechazo mediado el trasteo y se lo echó a los lomos con toda su fuerza, para volver a zarandearlo y dejarle caer a plomo sobre la arena, visiblemente conmocionado.

Las cuadrillas se lo llevaron desmadejado hasta el callejón, pero fue allí mismo donde Ureña, aun con la clavícula rota, decidió volver a la cara a rematar su trabajo, en un desmedido esfuerzo que, tras una estocada defectuosa, acabó premiándole así un público impresionado tras una tarde sin nada sabroso que reseñar.

Y es que en esta corrida denominada «In memoriam«, epílogo de la, sobre el papel, era la atractiva primavera taurina madrileña, la terna no llegó a homenajear al recordado a Antoñete más que en el minuto que se le dedicó tras el paseíllo, ni siquiera teniendo en cuenta las más que visibles opciones que tuvieron varios de los ejemplares de Jandilla.

Alejandro Talavante, por ejemplo, se dejó ir el quinto de los toros de triunfo grande que le han correspondido en menos de un mes en este ruedo, que en este caso salió en segundo turno y que repitió incansable tras los engaños y con un punto de temperamento que añadía emoción a los encuentros pero también abriéndose lo suficiente para reducir el compromiso.

Claro que, sin ideas, con poca sinceridad en los cites y con menos ambición aún, el extremeño lo pasó con rapidez y escaso mando a lo largo de un trabajo breve que abrió con una apurada larga a portagayola como anuncio de una decisión que luego no demostró. Ya con el quinto, su falta de temple y su toreo a la defensiva hicieron que fueran a menos las medidas fuerzas de un bravo animal que pedía mejor trato.

José María Manzanares, que fue baja por enfermedad en su segunda comparecencia isidril, volvió aparentemente con una mayor voluntad que quiso dejar ver con el que abrió plaza, que, aunque rajado y buscando las tablas, siempre tomó las telas con claridad a lo largo de un trasteo itinerante en los que el alicantino muleteó con relajo y sin eco, durante más tiempo que el que empleó luego en quitarse de en medio a un sobrero de El Pilar, este sí, sin fuerzas ni fondo.

Por su parte, antes del percance, Ureña se mostró igual de impreciso con un tercero sin excesivo fondo pero con nobleza, al que exigió de más y sin llegar nunca a encontrar ni el pulso ni el acople para aprovechar sus virtudes.

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