Puede entenderse el nerviosismo que con frecuencia alarmante se apodera del presidente Javier Milei. Quiere cambiar todo de la noche a la mañana, pero los miembros de la maldita “casta” -gobernadores, intendentes, funcionarios, legisladores, etcétera- , sin excluir a algunos que dicen apoyarlo, se resisten a permitirle obrar con la rapidez fulminante que le gustaría. Le parece escandaloso que tales personajes puedan demorar la toma de decisiones importantes en nombre de la democracia que, a diferencia de ciertas modalidades autoritarias que a buen seguro preferiría, suele funcionar con lentitud. Para más señas, las reglas democráticas brindan a políticos del montón oportunidades para presionar a los gobernantes a modificar sus propuestas originales, de tal manera haciéndolas menos eficaces.
Que éste sea el caso es lógico. En el mundo democrático, las tres ramas del poder operan a velocidades que son muy distintas. Por su naturaleza, el Ejecutivo toma decisiones a un ritmo que suele ser mucho más rápido que es típico del Legislativo que casi siempre prefiere acuerdos negociados entre muchas personas de ideas y aspiraciones diversas que, con suerte, dejen satisfechos a la mayoría. Por su parte, el Poder Judicial, cuyas raíces se remontan al Imperio Romano, se mueve con un grado de dilación que es aún más exasperante.
Apoyándose en las elecciones de la segunda mitad de 2023 y lo que siguen diciéndoles las encuestas de opinión, Milei y sus incondicionales se creen los únicos representantes auténticos de la Argentina actual y esperan que los comicios que están acercándose sirvan para corregir lo que para ellos es una anomalía insoportable, ya que a su juicio las distintas legislaturas y las gobernaciones provinciales reflejan la realidad política de tiempos ya idos.
Hombre impaciente si los hay, a menudo Milei se comporta como si ya se creyera en el país de 2026 en que, imagina, La Libertad Avanza y sus satélites disfrutarán de una mayoría parlamentaria conformada por sus propios legisladores y otros del Pro, la UCR y partidos menores que habrán subido al carro del triunfador. Tal actitud molesta mucho a políticos que, además de querer que el gobierno tome muy en serio sus opiniones, no están acostumbrados al maltrato verbal al que el presidente los somete a diario. Para desquitarse, muchos han regresado mentalmente a la Argentina de otros tiempos en que les era habitual proponer medidas de apariencia generosa sin preocuparse en absoluto por el costo fiscal. En aquellos tiempos, los había que suponían que la inflación era un estimulante que ayudaría a dinamizar una economía letárgica.
Los políticos que están procurando frenar a Milei hablan y actúan como si la economía nacional ya estuviera en condiciones de solventar gastos previsionales muy superiores a los programados sin que hubiera consecuencias negativas que, huelga decirlo, no tardarían en perjudicar a los sectores supuestamente beneficiados por su generosidad. No es la primera vez que, para jorobar al gobierno de turno, sin excluir al encabezado por Cristina, políticos que se sienten irrespetados hayan caído en la tentación de proponer sacrificar la economía en aras de “causas nobles”. Por el contrario, la interminable crisis argentina se debe en buena medida a la voluntad -cínica o sincera, lo mismo da- de miembros de la “casta” de anteponer sus presuntos sentimientos morales a cualquier consideración práctica.
Milei está claramente convencido de que lo que tienen en mente los diputados, senadores y gobernadores que están tratando de obligarlo a modificar su estrategia económica es privarlo de su capital político y de tal modo transformarlo en, a lo mejor, un presidente meramente simbólico al que les sería fácil manipular. Parece sospechar que la vicepresidenta Victoria Villarruel, “la traidora”, está conspirando con sujetos que son tan perversos que serían capaces de arruinar al país, con sus habitantes dentro, si supusieran que les sería personalmente ventajoso el derrumbe de todo lo logrado hasta ahora.
Aunque es más que probable que algunos, comenzando con Cristina y sus fieles, sí se sentirían reivindicados si la Argentina sufriera una implosión equiparable con la que destruyó a Venezuela, cuesta creer que lo que quieren todos aquellos que votaron a favor de los proyectos de ley que Milei está resuelto a vetar, es un cambio de régimen. Con todo, si sólo pensaban en asestarle un rapapolvo bien merecido, hubiera convenido que lo hicieran sin atentar contra el equilibrio fiscal. En cuanto a la vicepresidenta, una nacionalista católica vinculada con “la familia militar” que de libertaria tiene muy poco, no parece plantear un peligro genuino al oficialismo mileísta.
De todos modos, por temperamento más que por cálculo, Milei se aferra al papel del máximo vocero de la indignación que tantos sienten por lo que les ha ocurrido personalmente y por la situación en que se encuentra el país. Para que nadie lo rivalice en este terreno, no vacila en hacer pleno uso del megáfono presidencial y, como Donald Trump, en aprovechar al máximo las redes sociales. De ser otras las circunstancias, el torrente de insultos que el presidente dispara contra aquellos cuya mera existencia le parece indignante ya le hubiera costado el respaldo del grueso no sólo de la clase política sino también de la ciudadanía rasa, pero a juzgar por las encuestas, parecería que el método elegido sigue funcionando tan bien como en los meses finales de 2023 acaso porque -lo que sería un tanto paradójico- lo mantiene conectado emotivamente con muchos que se han visto perjudicados por la motosierra del ajuste.
Para decepción de quienes apostaban a que, después de algunos meses, la mayoría culparía al gobierno de Milei por el estado nada bueno de su propia economía familiar, aún no ha olvidado los aportes de los gobiernos anteriores.
En el mundo agitado, confuso y rencoroso que nos ha tocado, para un político es un buen negocio estar en contra de virtualmente todos los que de un modo u otro parecen vinculados con el statu quo. Bien que mal, Milei es un integrante destacado de una cofradía internacional de dirigentes que han sido capaces de aprovechar en beneficio propio el malestar que tantos sienten, aunque a diferencia de los demás se ha erigido en adalid de un credo económico que en otras partes del mundo los insurrectos repudian. Lejos de querer abolir el Estado, los calificados de “ultraderechistas” se proponen apoderarse de él y echar a quienes lo han colonizado.
Milei ha podido adoptar una postura anarco-capitalista porque aquí la rebelión contra el tan fustigado “neoliberalismo” que le es afín ocurrió hace muchos años y su remplazó por esquemas supuestamente superiores, más “humanos”, marcó el comienzo de la prolongada decadencia del país. Así las cosas, Milei ha podido darse el lujo de hacer suya una interpretación de la realidad socioeconómica que, en América del Norte y Europa, sería considerado anticuada pero que en la Argentina parece radicalmente nueva y, para colmo, es relativamente fácil de entender. Después de todo, no es necesario ser un economista profesional para saber lo que quieren decir eslóganes como “no hay plata” y atribuir su ausencia a la rapacidad antisocial de un enjambre de políticos parasitarios y sus cómplices.
Lo que sí tiene en común Milei con los rebeldes de otras latitudes es el desprecio ilimitado que le motivan las “elites” conformadas por integrantes vitalicios de “la casta” y los burócratas e intelectuales “progresistas” que los apoyan y que, de una manera u otra, han sido responsables de construir el orden internacionalmente establecido que está en vías de desintegrarse. Aunque los problemas que más preocupan a los norteamericanos y europeos son muy distintos de los enfrentados por la Argentina, todos comparten la sensación de que los “modelos” imperantes han fracasado y que por lo tanto hay que remplazarlos por otros que sean menos asfixiantes.
Por extraño que pueda parecer, en la Argentina es mucho más fácil “repensar el país” de lo que sería en aquellos que forman parte del mundo desarrollado en que no abundan recursos naturales apenas explotados como Vaca Muerta, los minerales de la Cordillera, los lagos de litio del norte y en que hay que depender por completo de la productividad del conjunto. Asimismo, en casi todos los países relativamente prósperos los gobiernos tienen que intentar conciliar los intereses y deseos de la mayoría con aquellos de grandes comunidades de inmigrantes procedentes de regiones de culturas que son difícilmente compatibles con las nativas.
No sorprende, pues, que en Europa escaseen los optimistas. Pocos confían en la capacidad de su país respectivo para solucionar los problemas más urgentes y ser competitivo en un mundo que ya se ha hecho llamativamente más exigente que el de ayer. Asimismo, abundan los que creen que Europa está en vísperas de una etapa de conflictos civiles muy violentos que, tal vez, se verán agravados por guerras contra enemigos externos, razón por la que en muchos países, entre ellos el Reino Unido, Alemania y Francia, los gobiernos se han comprometido a duplicar el gasto militar. Con tal que el gobierno de Milei y sus sucesores no cometan demasiados errores, en tales ámbitos las perspectivas frente a la Argentina podrán considerarse más promisorias que en países que hasta hace poco se calificaban de “normales”.