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Recuerdo vivo del arquero de todos

Ubaldo Matildo Fillol cumple este lunes 75 años y es buena hora para desempolvar estas líneas que Osvaldo Soriano publicó hace 50 en El Cronista. El Pato termina de consagrarse como protagonista fundamental del bicampeonato que River conseguiría tras 18 años sin ganar torneos, y el Gordo escribe de fútbol, boxeo y literatura, al tiempo que empieza a relojear las posibilidades de irse al exilio. Es la noche del 21 de diciembre de 1975, River acaba de ganarle 1 a 0 a Estudiantes de La Plata por la penúltima fecha del Nacional y Soriano tira unas pinceladas de sobrio deslumbramiento acerca del mejor arquero que vio en su vida.

Parece que no hay filmaciones de aquel partido en cancha de Vélez, pero en los hinchas que asistieron palpitan las imágenes de un Fillol invencible, un repertorio de atajadas que pueden recordarse en cámara lenta o como flashes, con el quilombo de las tribunas o con el Minuet de Boccherini (no el de Independiente, este es otro). Estudiantes llega un punto arriba y si gana es campeón: centro desde la izquierda del Fantasma Benito, perfecto para la palomita de la Bruja Verón, que mete un frentazo demoledor. «Ese partido se jugó en un Amalfitani en el que no entraba un alma –escribió Fillol en su autobiografía–. Hacía mucho calor pero yo estaba en llamas y me salieron absolutamente todas. El Pincha atacaba y chocaba contra mí: saqué pelotas con la mano izquierda, con la derecha, con la pierna, por arriba del travesaño, al córner… Paré todo lo que me tiraron, incluso una pelota que figura entre las atajadas más grandes de mi vida: un cabezazo a quemarropa desde el área chica del gran Juan Ramón Verón».

En una foto se lo ve en el aire, arqueado hacia atrás, después de activar el manotazo supersónico con el que sacó la pelota por encima del travesaño. La considera su mejor atajada a nivel clubes, comparable con la que le sacó Johnny Rep en la final del mundial 78. «¡Qué arquerazo!», le escribe Soriano a Tito Cossa desde París, donde vio la copa del mundo «con una enorme mezcla de bronca y pasión», bronca por el usufructo de la dictadura, pasión por el amor al fútbol y a la selección argentina desde el exilio. Fillol abre su autobiografía con una serie de aprietes que termina con uno del almirante Lacoste en el edificio de la Marina: un revólver sobre el escritorio para que firme un contrato. Pero durante el mundial, ha dicho, vivía en una especie de burbuja y se sentía feliz: desconocía qué pasaba. A cuarenta años de aquel título se reunió con la abuela de Plaza de Mayo Lita de Boitano en la cancha de River, y le dijo que, a la distancia, en parte le daba vergüenza aquella felicidad. Fillol es un tipo con enorme sentido de la justicia social que ha participado en decenas de causas y campañas solidarias, que ha respaldado la continuidad de la agencia Télam ante la amenaza de cierre del actual gobierno.

Luego de aquel partido contra Estudiantes River le ganó a Central y consiguió el bicameonato de 1975, los dos primeros títulos entre los once que cosechó en su carrera. Es excepcional el retrato de Soriano, porque calibra temprano su dimensión como arquero. Pero también porque casi siempre iba a ver y escribía sobre el equipo de su corazón, San Lorenzo, que en ese torneo terminó tercero. En 1972, el año del bicampeonato cuervo, Soriano escribía en La Opinión y lo padeció cuando atajaba en Racing y le paró un penal al Gringo Scotta en el Viejo Gasómetro. «Tenía la patada de un caballo –recuerda Fillol–. San Lorenzo venía invicto y nosotros respirándole en la nuca. Les ganamos 2 a 0, con goles de cabeza de Osvaldo Batocletti y Daniel Onega. El referí pitó penal para ellos en el primer tiempo, cuando todavía estábamos 0 a 0. Lógicamente, todos pensaron que sería el turno de Scotta para abrir el marcador. Pero yo ya venía con un par de penales atajados y sabía que mi secreto era esperarlos hasta el último momento. Aguardar todo lo que pudiera para recién ahí, justo antes del disparo, jugarme para un palo u otro. Cuando el Gringo levantó la pierna, me tiré un poco a la izquierda, pero me quedé con la pierna derecha abierta. Scotta, viejo lobo de mar, me tiró un misil al medio que terminó pegándome en el muslo. El remate fue tan fuerte que el rebote de la pelota llegó hasta casi la mitad de la cancha. Y además me destrozó el muslo: estuve casi dos meses con una marca negra, un moretón gigante que me quedó como recuerdo de ese partido».

Nació en San Miguel del Monte el 21 de julio de 1950 y debutó a los 18 años en Quilmes. Tenía 40 cuando se retiró, jugando para Vélez; en ese partido le atajó un penal a Da Silva e impidió que saliera campeón River, en su cancha: los hinchas igual lo ovacionaron. «El mejor arquero que vi en mi vida», dijo el Diego, que si habrá visto arqueros. Coincidía con Soriano y con millones de futboleros (Berlanga incluido). «La vida y el fútbol superaron los sueños que cargaba al partir de Monte con un bolsito, un par de pesos y deseos de campeón. Durante once años, fui quien cuidó los tres palos del arco más grande del mundo. Sufrí con cada gol y lloré con cada partido perdido. Utilicé las derrotas para que me ayudaran a enorgullecerme con las victorias. Sin creérmela. Nunca me vi como el mejor, aunque siempre trabajé para serlo. Quisiera que me recuerden como el Arquero de Todos. Porque así lo siento yo».

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